martes, 8 de junio de 2010

JUGANDO CON EL EVANGELIO. Primera Parte.

JUGANDO CON EL EVANGELIO. Primera Parte.
(Visión particular del Evangelio a través de sus personajes secundarios).


Juan 8, 1-11

No temía a la muerte.
Pero le dolía la hipocresía de los hombres
que esa tarde la condenaban
injustamente.

Allí estaban ellos, los escribas y fariseos; hipócritas todos;
y aquél al que un día se entregó por amor
abandonándola, después, a su suerte.

Cerró los ojos. Se reclinó en el suelo.
Soportó las blasfemias de los que la llamaban
adúltera y pecadora. Se tapó los oídos, se protegió la cabeza;
esperó caer sobre su cuerpo la primera piedra.

Transcurrieron instantes eternos
de angustia y de silencio…
Pero no pasaba nada. Ni un rumor; ni un grito.
Ni una simple hoja rozó su túnica.

Abrió los párpados. Estaba sola. ¿Dónde estaban
los escribas y fariseos? (en la plaza, junto a las piedras,
la figura de un hombre solo que escribía en tierra
los nombres de los hipócritas).

Se levantó. Se fue a casa. Se abrazó a los suyos.
Al sentir el sol sobre su cara dio las gracias
a la vida y a su suerte.

(Al contraluz, tras la ventana, creyó ver la sombra
de aquel hombre solo que escribía nombres
junto a unas piedras).

--oOo--

Marcos 5, 35-43

La niña que jugaba se cayó.
Se cayó su muñeca de trapo.
Se cayó mientras trepaba.
Se cayeron de una higuera
sus doce primaveras blancas.
El pañuelo en la cabeza; su vestido de lino;
todo era blanco y puro, pero se tiñó de oscuro
sobre las piedras del camino.

“La pequeña no se mueve…
Parece que no respira”

La hija de Jairo hace días que murió.
Su cuerpo embalsamado olía
como los naranjos de Palestina al llegar la primavera.

Alguien vio llegar al pueblo
la silueta de un hombre extraño.
“La niña duerme, decía, ¿Qué teméis?
Dadle su muñeca de trapo.
Ponedle su vestido blanco.
Que se oiga bajo la higuera
la alegre música de sus labios.

“Talihta, pequeña… confía en mí.
Talihta, despierta… Talitha, levanta…
Talihta qumi”
………..

Su padre suspira ahora cada vez que ve jugar
a la niña junto a la higuera.

La pequeña le mira de vez en cuando
y le sonríe. (A veces juega con su muñeca y le pregunta:
Papa, ¿porqué la muñeca de trapo
parece que duerme
y que respira?).

--oOo--

Juan 4, 4-15

Su marido le mandó a por agua.
Ella estaba acostumbrada a obedecer
y a soportar el desprecio de los hombres. Por eso,
cuando aquel forastero se acercó a la fuente y le pidió de beber
la mujer obedeció sin decirle nada.

Cuando la samaritana le llevó el cántaro a las manos
el hombre bebió y le dio las gracias. Le dijo
que él le daría ahora de ese agua eterna
que sacia para siempre la sed de los afligidos.

La mujer no comprendió sus palabras
y entró en la casa.

Ofreció a su marido
la frescura de aquel agua viva de la fuente. Él bebió; la miró;
y la agarró fuertemente por el brazo.
Ella se protegió el rostro por instinto. Mujer,
no temas, sólo quiero abrazarte y decirte, simplemente,
que te amo.

Afuera, junto a la fuente,
un Judío jugaba con la frescura del agua
en compañía de unos niños samaritanos.


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Lucas 8, 43-48

Su padre cultivaba lino. Su madre
tejía con él las túnicas y lienzos que ella vendía
después en la ciudad.

Aquel fue otro tiempo, otra vida.
Ahora ella recorre Palestina en busca de un augur.
Por eso le sorprendió encontrar sobre la colina
al hombre que un día le compró una túnica
a las afueras de Cafarnaúm.

Era él. Sin duda.
Aún recordaba la mirada amable de aquel judío. Desde el monte,
aquel hombre consolaba a los pobres, enfermos y afligidos.
Les hablaba con parábolas de la fe y del amor.
Estaba rodeado de ciegos, paralíticos… Le llamaban
mago y sanador.

Ella le escuchaba atenta bajo un olivo.
Hacía tiempo que una hemorragia
consumía la flor de su juventud.

La muchedumbre le impedía acercarse. Pero tenía fe
y esperanza en sus palabras. Apenas tuvo tiempo
de alargar el brazo y tocar con la punta de los dedos
un pliegue de su túnica -la misma túnica cuyo lino
un día cultivó su padre, tejió su madre y que ella le vendió
en aquel mercado a las afueras de Cafarnaúm-.

Apenas le rozó… apenas. Pero él se dio cuenta; se dio la vuelta
y la miró.

En aquel momento supo
que nunca más tendría que recorrer las colinas
en busca de un augur.


--oOo--



Mateo 26, 74-75

Le decían que traería mala suerte: hacía meses
que su gallo no cantaba al amanecer. Y eso
traía mala suerte, le decían.

Pero aquel día
su gallo cantó al amanecer.

De camino al campo
se cruzó con un hombre que llorando repetía: Tres veces
le he negado; fueron tres
las veces que le negué.

Cuando el sembrador volvió a su casa
ya nadie le decía, que las desgracias eran
todas para él.


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PRIMERA PARTE
CRISTO 1 – Mundo 0

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